Hoy hace 33 años que un puñado de fascistas intentaron acabar con la democracia en España dando un golpe de Estado. Los recuerdos de aquella jornada los tengo en nebulosa. Yo era un pipiolo, con 23 añitos que ya ejercía el periodismo político. De aquel día recuerdo que en la agencia Aras Press, donde me pluriempleaba, tenía el día libre, circunstancia que hizo que me enterara del tejerazo estando reunido en un conocido despacho de abogados con algunos jóvenes dirigentes socialistas que, con el tiempo, muchos de ellos llegarían a ocupar puestos de alta responsabilidad.
Recuerdo que la noticia nos abrumó y asustó a todos. Utilicé mi Panda para trasladar a sitio seguro a alguno de ellos. Luego pasé por casa, donde también encontré a un grupo de buenos amigos. Decidí acercarme al Congreso y situarme junto al Palace. Allí, el butanito, transmitía de forma heroica el final de la frustrada intentona encaramado en una unidad móvil de Radio Madrid. Aguardé la salida de los compañeros periodistas, de los que un servidor era el benjamín de la pandilla, de los diputados y del Gobierno. Y marché, entre indignado y orgulloso, a plegar la oreja. Las piernas ya no me aguantaban.
Luego llegaron jornadas de alta intensidad, que culminaron con la impresionante manifestación del pueblo de Madrid en defensa de la democracia.
Una democracia, que nos costó muchos trabajo, sudor, lágrimas y también muchas satisfacciones. Ahora creo que el peligro acecha al Estado del Bienestar del que nos dotó nuestra Constitución. Hay que seguir luchando. Para ilustrar mi sentimiento recojo aquí lo expresado anoche mismo por una twittera: "Nos quitan WhatsApp unos minutos y revolución, nos quitan los derechos sobre nuestros coños y no nos movemos de la silla. Viva España".
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