Lo que hace Ramón Triviño: Hay vida después de la política

miércoles, 22 de marzo de 2017

Hay vida después de la política

En estos tiempos que corren en los que la figura del político es denostada por una buena parte de los ciudadanos por diversas causas, como los casos de corrupción, el incumplimiento de sus promesas, o la incapacidad de algunos para el desarrollo de la gestión de lo público, se hace necesario reivindicar el ejercicio de la política como una noble causa ligada a la existencia de la democracia desde sus orígenes.

No voy a entrar aquí en las variables que llevan a algunos ciudadanos a conducir su vida profesional por los derroteros de la carrera política. Una vocación de servicio público que es hermosa e intensa a pesar de sus muchos sinsabores. Por el contrario, se trata de abordar una cuestión poco estudiada hasta la fecha y que es también causa de controversia en la opinión pública. La pregunta planteada es si ¿hay vida después de la política? Y mi respuesta es un rotundo sí.

Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno y hoy retirado de la política.

De cualquier manera el camino hacia la vuelta a la normalidad de los ciudadanos que por diversas razones salen de la política, perdida de elecciones, confianza, por decisión judicial o jubilación, no se antoja fácil. Sobre todo si tenemos en cuenta que un porcentaje significativo de los políticos en España está compuesto por personas que se afiliaron jóvenes a su partido y le dedicaron sus mejores esfuerzos. Con estudios universitarios o sin ellos, la mayoría nunca tuvo un oficio fuera de los cargos del partido o institucionales. Nada saben, por ejemplo, de la vida de la empresa.

Sin el partido no son nada, son dependientes de su estructura. Ofrecen docilidad y trabajo a cambio de continuidad. Su dependencia también es social y afectiva. Muchos apenas tienen amigos fuera del partido. Cuando deben dejar la política caen en un enorme vacío.

Por esta razón, una buena parte de los políticos tratan reengancharse de una u otra forma a la carrera política provocando auténticas gerontocracias en el seno del aparato del partido que no permiten su evolución al compás de los tiempos. A los que adoptan esta postura hay que decirles  que existe vida fuera de la política, donde millones de ciudadanos corrientes, sin otros privilegios que el de sus propios derechos constitucionales, ponen todo su empeño en sacar su vida y la de los suyos adelante.

Hay que resaltar aquí que el ejercicio de la política es una experiencia extraordinariamente enriquecedora. Quien ha pasado por ella reconoce incluso que le cambió como persona. Se sale mucho más maduro y sabio de lo que se entra. Desde la política se disfruta de la visión más amplia de la sociedad. Se descubre que todo es más complejo y más rico. Esos nuevos valores adquiridos le servirán en su vida futura.

Se ha dicho aquí que sí hay vida después de la política, aunque también hay que añadir que no es fácil realizar la transición de un lugar a otro. Frente al abandono del poder, en cualquier nivel y lo que eso conlleva de pérdida de privilegios, popularidad e incluso la sensación de desprecio, está el capital político acumulado que permite, en la mayoría de los casos afrontar el futuro con seguridad. Lo que sucede es que es necesario hacer gala de una enorme fuerza de voluntad para volver a ser uno entre los pares.

Conozco innumerables casos de ciudadanos que han salido de la política de forma airosa. Muchos volvieron a sus antiguas profesiones u oficios, tras pasar por una especie de proceso de descompresión. Sin duda también están los que se agarran a un clavo ardiendo para tratar de seguir a la sombra del poder. Y por otro lado, aunque constituyen una casta de privilegiados, también exsiten los que hacen uso de las llamadas puertas giratorias, una práctica denostada que está necesitada por una regulación más rigurosa.


En resumen, sí existe vida después de la política, aunque nadie ponga en duda que el retorno al ejercicio de la ciudadanía normal y corriente sea cuestión baladí, pero para ello cuenta con las herramientas del capital político acumulado y también, por qué no decirlo, la particular naturaleza de los políticos, muchos de ellos adornados con una pasta muy especial.

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