En estos
tiempos que corren en los que la figura del político es denostada por una buena
parte de los ciudadanos por diversas causas, como los casos de corrupción, el
incumplimiento de sus promesas, o la incapacidad de algunos para el desarrollo
de la gestión de lo público, se hace necesario reivindicar el ejercicio de la
política como una noble causa ligada a la existencia de la democracia desde sus
orígenes.
No voy a
entrar aquí en las variables que llevan a algunos ciudadanos a conducir su vida
profesional por los derroteros de la carrera política. Una vocación de servicio
público que es hermosa e intensa a pesar de sus muchos sinsabores. Por el
contrario, se trata de abordar una cuestión poco estudiada hasta la fecha y que
es también causa de controversia en la opinión pública. La pregunta planteada
es si ¿hay vida después de la política? Y mi respuesta es un rotundo sí.
Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno y hoy retirado de la política. |
De cualquier
manera el camino hacia la vuelta a la normalidad de los ciudadanos que por
diversas razones salen de la política, perdida de elecciones, confianza, por
decisión judicial o jubilación, no se antoja fácil. Sobre todo si tenemos en
cuenta que un porcentaje significativo de los políticos en España está compuesto
por personas que se afiliaron jóvenes a su partido y le dedicaron sus mejores
esfuerzos. Con estudios universitarios o sin ellos, la mayoría nunca tuvo un
oficio fuera de los cargos del partido o institucionales. Nada saben, por
ejemplo, de la vida de la empresa.
Sin el partido
no son nada, son dependientes de su estructura. Ofrecen docilidad y trabajo a
cambio de continuidad. Su dependencia también es social y afectiva. Muchos
apenas tienen amigos fuera del partido. Cuando deben dejar la política caen en
un enorme vacío.
Por esta
razón, una buena parte de los políticos tratan reengancharse de una u otra forma
a la carrera política provocando auténticas gerontocracias en el seno del aparato del partido que no permiten su
evolución al compás de los tiempos. A los que adoptan esta postura hay que
decirles que existe vida fuera de la
política, donde millones de ciudadanos corrientes, sin otros privilegios que el
de sus propios derechos constitucionales, ponen todo su empeño en sacar su vida
y la de los suyos adelante.
Hay que resaltar
aquí que el ejercicio de la política es una experiencia extraordinariamente
enriquecedora. Quien ha pasado por ella reconoce incluso que le cambió como
persona. Se sale mucho más maduro y sabio de lo que se entra. Desde la política
se disfruta de la visión más amplia de la sociedad. Se descubre que todo es más
complejo y más rico. Esos nuevos valores adquiridos le servirán en su vida
futura.
Se ha dicho
aquí que sí hay vida después de la política, aunque también hay que añadir que
no es fácil realizar la transición de un lugar a otro. Frente al abandono del
poder, en cualquier nivel y lo que eso conlleva de pérdida de privilegios,
popularidad e incluso la sensación de desprecio, está el capital político
acumulado que permite, en la mayoría de los casos afrontar el futuro con
seguridad. Lo que sucede es que es necesario hacer gala de una enorme fuerza de
voluntad para volver a ser uno entre los pares.
Conozco
innumerables casos de ciudadanos que han salido de la política de forma airosa.
Muchos volvieron a sus antiguas profesiones u oficios, tras pasar por una
especie de proceso de descompresión. Sin duda también están los que se agarran
a un clavo ardiendo para tratar de seguir a la sombra del poder. Y por otro
lado, aunque constituyen una casta de privilegiados, también exsiten los que
hacen uso de las llamadas puertas
giratorias, una práctica denostada que está necesitada por una regulación
más rigurosa.
En resumen,
sí existe vida después de la política, aunque nadie ponga en duda que el
retorno al ejercicio de la ciudadanía normal y corriente sea cuestión baladí,
pero para ello cuenta con las herramientas del capital político acumulado y
también, por qué no decirlo, la particular naturaleza de los políticos, muchos
de ellos adornados con una pasta muy
especial.
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